Los otros oficios
- Robinson Rivera Herrera
- 9 nov 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 9 jun 2020
REPORTAJE
Por: Robinson Rivera Herrera y Sebastián Bedoya Cortés

La prostitución en los imaginarios sociales, una historia de mujeres que la ejercieron y que a través del arte tejieron una nueva mirada de su oficio.
Putamente
“Esperando, esperando, esperando… esperando, esperando, esperando...”, repite con un tono pausado y con voz grave María Adelia. Esa noche se presentó con un vestido ceñido al cuerpo, largo hasta las rodillas, en tela brillante metalizada color plata que deslumbraba junto a con las luces del Pablo Tobón Uribe, usaba zapatos negros de tacón alto, como toda una estrella, para dar inicio a la obra que protagonizaba: Putamente usted sabe quién soy yo.
Ese es el oficio que muchas mujeres, también hombres, han ejercido por años, vender su cuerpo por unos cuantos pesos. La prostitución ha sido vista como una obsesión del hombre por el impulso sexual y por esto ha sido castigada socialmente como un pecado. Según un estudio del 2014 del Ministerio de Salud, hay 3.753 en las principales ciudades del país, como Medellín, Barranquilla y Cali.
Esperando a que un buen cliente llegue, esperando a que no le haga daño, esperando a que no le maltrate, esperando a que pague bien, esperando a que se cuide, esperando a que no llegue Espacio Público, esperando a que no llegue la Policía. En definitiva salir de acá. Es la historia de muchas mujeres de la Veracruz, que también asumen nuevos retos: ser artistas, mujeres que en carne propia saben lo que tiene para mostrar de este enigmático mundo en la ciudad.
Los zapatos de cristal, de La Cenicienta de Disney, de una princesa que está preparada para conquistar el corazón del príncipe azul en la noche del baile. Ellos son los mejores amigos de Mary Luz López, unos zapatos en plataforma, con correas transparentes y pedrería cristalina. Son inseparables, la acompañan todos los días en el centro de Medellín. Ella los hace protagonistas de las mejores anécdotas, de los días buenos y de malos, del pasado y del presente, del amor y del desamor, de risas y de tristezas, los únicos que entienden que debe “cerrar el corazón y abrir las piernas”.
Guerreras
Las Guerreras del Centro, una corporación de trabajadoras sexuales que, como dicen ellas en su página de Facebook, la han “guerreado” siendo supervivientes, usando su cuerpo como armadura. Son muchas organizaciones que han salido a favor de reivindicar el oficio de la prostitución, esta es una de esas, ese que en la literatura muchos utilizan para ser ejemplo de arte, como en alguna ocasión se le escuchó decir al poeta francés Charles Baudelaire.
En la mano una aguja con hilo de color, y en la otra un pedazo pequeño de tela que van hilvanando hilo tras hilo, mientras tanto se cuentan historias que desnudan la intimidad, relatos que narran lo duro, lo fácil, lo efímero o lo tardío que es y fue estar en las calles o lo oculto tras ello, conocerse frente a frente, reírse y hacerse amigos. Es el espacio para conectarse y para el encuentro llamado Tejiendo Historias, convocado una vez por semana, donde las Guerreras del Centro y los ciudadanos hablan de sus historias, esa que solo es una y muchas entre las demás. “Sergio Restrepo, el director del centro cultural Claustro de Comfama me llamó, me dijo, venga, yo quiero que haga ese programa acá en el Claustro, y hágalo como un programa fijo que Comfama se lo compra”, recuerda Melissa Toro, directora de la corporación de trabajadoras sexuales Las Guerreras del Centro.
La corporación impacta a mujeres que ejercen y han ejercido el trabajo sexual, transformando sus dinámicas, incluso alejándolas, llevándolas a mostrar talentos detrás de los tacones y minifaldas que cargan sus cuerpos. Son un ejemplo y un concepto de organización que busca trascender y llegar a otros grupos, “Esto debe ser un modelo replicable, en todas partes del mundo”, quieren llegar a poblaciones vulneradas que necesitan una mano amiga, “Me parece increíble lo que pasa con los trans, con los gay, con la población LGBTI que se prostituye”, dice Melissa, “El arte es la herramienta de atraer y transformar”, para seducir a adolescentes y jovencitas.
Seductor, horrendo o querido, por lo general el cliente es así y en el arte nada de eso importa, lo que importa en realidad es mostrar y quien lo observa pero para el director lo es el hecho y la ganancia: “Nosotros somos un equipo impresionante de siete personas, que somos los que hemos hecho posible esto, porque en realidad Las Guerreras son beneficiarias de la corporación, pero, ellas no trabajan en pro que la corporación funcione, ellas participan en la creación de actividades que nosotros tenemos y de los contenidos”, como lo es para Melissa Toro.
Mujeres maravillosas, artistas del cuerpo, rastreadoras del placer, las Guerreras son estrellas tanto en los escenarios callejeros como en los de grandes públicos, todos ansiosos por sus obras. Sus servicios van más allá de ofrecer relaciones sexuales. En presencia de museólogos, galeristas, artistas y directores de museos internacionales, se han convertidos en mediadoras de otros placeres, esta vez de la vista y las emociones. “Un día, Carolina Chacón, la curadora del Museo de Antioquia, nos dijo: muchachas, yo quiero que ustedes sean curadoras, a nosotras nos dio risa y bromeamos, ¿dónde seamos tan buenas curadoras que hasta te quitemos el puesto? Fue un momento de recocha”, recuerda Luz Mery, Guerrera.
Curadoras
La Consentida es La Huida, fue el nombre de la exposición del Museo donde las Guerreras, en el año 2017, trabajaron en un nuevo oficio, fueron curadoras de arte. La base fue la pintura La Huida de Rafael Sáenz, que muestra un desplazamiento campesino en los cincuenta. Debajo de cada obra quedaba la anécdota de una mujer que ha trabajado en el centro. También fueron las expositoras en el museo, guías para los visitantes: “El día de la inauguración, estaba una familia muy inquieta y nos preguntaban, el porqué habíamos seleccionado el cuadro, y cuando terminamos, vinieron, nos abrazaron, nos felicitaron, y dijeron: nosotros somos hijos del pintor Rafael Sáenz, nosotras nos pusimos a llorar de la felicidad y luego nos sentamos en el piso a hablar con ellos”, dice Luz Mery, Guerrera.
El desplazamiento, un tema que salió de las Guerreras, víctimas en carne propia, con más fondo de lo que parece. Muchas mujeres que llegan con sus hijos tienen que dedicarse a lo que encuentren, y algunas de ellas a ejercer la prostitución, a inducir a sus hijas para que las ayuden, dando origen a más problemáticas como la explotación sexual, la trata de personas o la violencia sexual. Han visto en las calles del centro madres vendiendo chicles, tinto o cigarrillos, con sus niños detrás de ellas, el cliente se acerca para comprarles y, de una vez, van negociando a la niña.
En el salón de historias, de representaciones que narran fragmentos de la vida real, de momentos que marcaron la vida de muchas mujeres, que se enfrentaron a decisiones cruciales, plasmadas en bitácoras desbordantes de sentimientos, una exposición de la intimidad que se encontraba contigua a La Huida. Está una galería de libros, con manuscritos, con dibujos y pinturas, expuesta junto con unos mamelucos, que tienen grabados mensajes de dolor de una madre por sus hijos que el Bienestar Familiar arrebató de sus brazos.
Dos orificios en los costados para los brazos, un hueco para la cabeza y dos en el otro costado para los pies era lo que vestían los muñecos, mamelucos le llaman las mamás y los mensajes eran en particular de dolor y de amor, los separaron por ser una prostituta y ella volvió con las ganas de ser una artista.
En esa exposición Gloria Zapata representó al Espacio Público en un coche de niños: “Estando las mujeres en la calle, haciendo lo que estén haciendo, el Espacio Público las corre, las grita, las quita, o las monta en los carros, se hacen batidas para recoger mujeres en la calle”, las llevan a la estación de policía, “por putas”, y allá se quedaban hasta que pagaran en especie. Los policías preguntaban “¿Quién quiere irse ya para la casa?, yo, venga pues”, se llevaban a las que estuvieran peleando en la calle o las que fueran bonitas, para hacerlas sus novias.
Retratos
Vivían en una ciudad conservadora, era mejor tener un lugar para esperar y sobre todo no contarles a sus familias lo que hacían, aunque muchos las conocieran, no eran más que anónimas y solo el que pagaba tenía la seducción que ofrecían, eran mujeres que también eran mamás. Para los únicos que no eran desconocidas en la Medellín del siglo XX fueron los fotógrafos Gabriel Carvajal y León Ruiz, recolectores del archivo de una ciudad que a pesar de los pocos avances tecnológicos contiene el valor de la historia.
En el rastreo del archivo que posee la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina (BPP) en su patrimonio fotográfico se encuentran imágenes de estos retratistas que dan cuenta de varias mujeres sentadas en un sofá de un prostíbulo y el plano de una de ellas en embarazo. Poco se sacó de las prostitutas de calle, explica el Gestor de los contenidos patrimoniales del Archivo fotográfico, Esteban Duperly: “Sería difícil que una mujer fuera a hacerse retratar estableciendo claramente cuál era su oficio, y los fotógrafos no llevarían sus máquinas a los prostíbulos en primera instancia porque era difícil (máquinas grandes y pesadas) y segundo porque la temática tendía a no interesarles”.
Las fotografías es otro de esos oficios a los que ellas, las Guerreras de la corporación y las otras que están todos los días en las calles, se han dedicado y lo hacen con tan solo un clic, un avance de este siglo que seguro dejará más de eso retratos.
Oficios
“¡Me conejiaron, conejero!”. El lenguaje se transforma y la referencia es obvia. Las palabras y las frases tienen significados que sin imaginarnos nos pueden llevar a la gloria, a saber, más del placer y sus azares. “Burlar un acuerdo, o sea, hacer un acuerdo con el cliente que le va a pagar tanto, y después va a la pieza y no le paga, entonces, eso es conejiar”. Esta icónica frase que junto con: “No me han preguntado ni para que la traje, en dinero cada vez valemos menos, lo mío es la conejiada”, quedaron estampadas en faldas, carteles, bolsos y póster con los que desfilaron el 8 de marzo.
Las mini-faldas, cortas como el tiempo que tienen los clientes, son la mejor arma que tienes las putas del centro para conquistar los bolsillos de los hombres que pasan buscando “favorcitos sexuales”. En cada esquina hay un par de tacones, una minifalda, una blusa, un bolso con pocas monedas y una mujer que los usa, para ser vista en el escenario sin telón: la calle. Para ser protagonista de la obra de su vida o más bien para que la escojan de entre otras mujeres que al igual que ella, buscan que le paguen el boleto para acceder a su cuerpo.
Del ombligo para arriba me llamo Rosalba, Mery, Adela, Gloria, Sandra… y del ombligo para abajo me llamó Puta. “Putta” que en latín luego significa algo así como mujer pública. Que después se convierte en un eufemismo. Del ombligo para los lados me llamo Nadie sabe quién soy yo.
La obra de teatro Nadie sabe quién soy yo, que tuvo su primera función en el 2017 y dirigida por Nadia Granados, una artista bogotana que hace performance en revolución por el cuerpo. Una obra que busca desestabilizar los imaginarios y reivindicar el poder del ejercicio de la prostitución y sirvió como canalizador de los sentimientos de sus protagonistas, mujeres que la ejercieron. Fue premiada como la mejor obra de Colombia del 2017, por la nominación que hizo el periódico Arteria para que los lectores votarán. Hizo que las Guerreras del Centro dijeran “somos famosas”.
“Serénate -no estés incómoda conmigo-, yo soy Walt Whitman… mis palabras no dejarán de brillar y susurrar para ti. /Mi niña yo te cito y te pido que te prepares para ser digna de encontrarte conmigo, / Y te pido que seas paciente y perfecta hasta que yo venga”. Poema de Walt Whitman A una prostituta cualquiera. Ahora la batalla para las Guerreras es mostrar los otros oficios y luchar por sus derechos para que la cruzada sea menos dolorosa, por que como dice Luz Mery: “Señor, bendice esta vagina mágica que no quiere dar hijos a la guerra”.
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